A finales de los años 50 del siglo XX, el fisiólogo e investigador norteamericano, no médico, llamado Ancel Keys, propuso la conocida “teoría de los lípidos”, en la que se decía que “a mayor consumo de grasa saturada, mayores problemas cardiovasculares”.
Para llegar a esta conclusión, demostró con unos gráficos muy llamativos que, en 7 países distintos, cuanta más grasa saturada se comía, mayores índices de enfermedad cardiovascular. Pero en realidad era un estudio con 22 países, de los cuales rechazó los resultados de los otros 15 porque no le confirmaban “su teoría”.
Keys era miembro del comité consultivo de nutrición de la Asociación Americana del Corazón (AHA), y logró que incorporara oficialmente sus teorías definiendo unas pautas dietéticas sobre las enfermedades cardiacas, el consumo de grasas y el colesterol.
Este señor, que tenía poder político, influyó en que, en los años 70, se formase en EEUU un Comité formado por políticos, y no por médicos ni científicos, para comprobar estos datos y llegaron a la conclusión de que el consumo de grasa saturada causaba enfermedades cardiacas.
Al mismo tiempo un médico, un científico y nutricionista inglés de gran prestigio llamado John Yudkin y que había publicado artículos en revistas tan prestigiosas como The Lancet o Nature, fue uno de los que creía que las enfermedades de corazón no estaban causadas principalmente por el consumo de grasas.
Y señaló al azúcar y al exceso de insulina como el culpable de muchos problemas de salud.
Incluso la OMS, en 2003, publica un artículo llamado “Dieta, nutrición y la prevención de enfermedades crónicas” en donde se recomendaba no consumir más de un 10% de las calorías de azúcares añadidos cada día y sugería que al consumir menos azucares se reducía el riesgo de sufrir obesidad, diabetes y enfermedades cardiacas. Sólo era una sugerencia. Pero la industria azucarera americana amenazó con presionar para que se retiraran más de 400 millones de dólares anuales que EEUU entrega a la OMS. Así que poco tiempo después, se publicó un informe por el departamento de Salud americano que decía que “no había evidencias de que el azúcar fuera la causa de dichas enfermedades”.
El estudio Frarmingham fue el más importante sobre el colesterol.
Este estudio se puso en marcha en 1948 con la participación inicial de unos 5.000 mujeres y hombres sanos de esta ciudad de entre 30 y 62 años, y en el que actualmente se incluye la tercera generación de participantes. Durante más de 60 años los investigadores han recogido datos sobre las enfermedades cardiovasculares y sus factores predisponentes.
Los científicos descubrieron que entre las causas de la enfermedades cardiovasculares se encontraban la hipertensión, el tabaco y sedentarismo.
La industria farmacéutica se inventó la enfermedad del colesterol alto. Y luego inventaron las Estatinas (1980), uno de los medicamentos más vendidos.
Lo curioso es que los médicos siguen estudiando en la carrera universitaria que «el colesterol es algo malo y que hay que mantenerlo a raya por debajo de los 200 mg/dl».
Lo que termina ocurriendo es que las personas sustituyen las grasas por carbohidratos simples y el azúcar, que al estimular la insulina, se convierten rápidamente en altos triglicéridos.
Atención: Las grasas saturadas y las llamadas grasas trans no son lo mismo
Los niveles de colesterol bajo están asociados con múltiples problemas de salud, tanto cardiovasculares como neurológicos. Lo que sí que padecemos exageradamente, hoy en día, es un creciente nivel de inflamación que destroza nuestras arterias, el corazón y, por ende, el resto de nuestros órganos vitales.
En 1961 Mathur analizó los niveles de colesterol y el grado de arteriosclerosis en 20 autopsias, así como otros 200 casos de literatura científica y fue imposible hallar un vínculo entre el colesterol y la placa arterial.
En 1963 el Dr. J. C. Paterson y su equipo realizaron un seguimiento de 800 veteranos de guerra durante años, realizando regularmente análisis de sangre controlaron los niveles de colesterol durante gran parte del tiempo en el que normalmente se desarrolla la aterosclerosis (entre los 60 y 70 años). No encontraron ninguna conexión entre el grado de aterosclerosis y el nivel de colesterol sanguíneo; los que poseían bajos niveles de colesterol padecían aterosclerosis en el mismo grado que aquellos con altos niveles de colesterol.
En 2002, en UCLA, Horwich investigó la relación entre los niveles de colesterol plasmático y el riesgo de fallo cardíaco. Los niveles de colesterol alto se asociaron con los mayores índices de supervivencia y mejor pronóstico, mientras que los niveles más bajos fueron los que peor pronóstico y peor tasa de supervivencia mostraron, ahí es nada.
En 2009 la American Heart Journal publicó un seguimiento del Dr. Gregg C. Fonarow realizado entre 2000 y 2006 en 541 hospitales con 231.986 ingresos por enfermedad cardiovascular donde la mitad de los pacientes tenían el colesterol bajo, con lo que resulta inverosímil realizar una atribución causal entre el colesterol alto y el riesgo cardiovascular.
Existe un macroestudio del 2012 de la Universidad de Ciencias Petursson en Noruega, con 57.087 personas durante 10 años, que encontró que un colesterol bajo aumenta la mortalidad y que no hay relación entre el nivel del colesterol y las enfermedades cardiovasculares. De hecho, mirando las mujeres vieron que el colesterol moderadamente alto es cardioprotector y además se asocia con una disminución de la mortalidad por cualquier causa
Es curioso leer el estudio de The American Heart Journal de 2009, con 136.905 pacientes ingresados en hospitales en los Estados Unidos con un ataque al corazón demostró que casi el 75% tenía niveles «normales» de colesterol.
Quizá el estudio más sorprendente es el hecho en de la Universidad de Kyushu en 2007 que encontró que la disminución del colesterol por medios farmacológicos aumento la mortalidad total en población japonesa.
Además, siguiendo con los efectos secundarios de las Estatinas, investigadores de la Universidad de Nottingham, en 2010 encontraron que las estatinas incrementaban el riesgo de disfunción hepática, fallo renal, miopatía y cataratas.
Conclusión: No te alarmes, lo ideal es tener el colesterol malo (LDL) ni muy bajo ni muy alto. El colesterol segregado por tu hígado no es tu enemigo, es una grasa esencial vital para tus células y desempeña muchas funciones importantes como ayudar a producir las hormonas, las membranas celulares y la vitamina D, y ayuda con la digestión. Las personas que tienen el colesterol bajo suelen tener déficit de vitamina D. No obstante, mejorando la alimentación y realizando un poco de actividad física puedes tener mejor salud cardiovascular.
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Referencias científicas
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